Leyendas y personajes de Quito

LA VERDADERA HISTORIA DE CANTUÑA

Autor: Jorge J. Anhalzer
Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue construida por Cantuña mediante pacto con el diablo. Ésta relata cómo Cantuña contratista, atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para que, a cambio de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos diablillos trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al amanecer los dos firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un lado, y el diablo por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo. El indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta de que en un costado de la iglesia faltaba colocar una piedra; cuál hábil abogado arguyó, lleno de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya amanecía y con ello el plazo caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba insubsistente . Ahora bien, la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es algo diferente.

Cantuña era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado por sus mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de las huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito incaico. La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez, que lo hizo parte de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi como a propio hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más acuciantes. Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le acercó ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que haga ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa.
La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal punto que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de gran fortuna.

Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos curas que había hecho un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le pidiese. Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y misericordia.

A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa, bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.

CANTUÑA Y EL TESORO DE ATAHUALPA

Cuando Atahualpa fue capturado por los españoles, cuenta la historia que, con el afán de recobrar su libertad, les ofreció un cuarto lleno de oro y dos de plata. Objetos de estos preciosos metales comenzaron a llegar a Cajamarca (donde se encontraba Atahualpa cautivo) en caravanas de indios que venían de diferentes partes; sin embargo, debido a la grandeza del imperio Inca, la entrega del codiciado rescate demoraba. Corría el rumor entre los captores de que el ejército del General Rumiñahui se acercaba para matar a Francisco Pizarro y los demás conquistadores, a quemar todo y liberar a Atahualpa. A tanto llegó el temor que, ocho meses después de la captura, el Inca fue asesinado. Se conoce que Pizarro se llevó la mayor parte del botín recaudado, pero no se sabe a ciencia cierta qué sucedió con el resto del rescate prometido, con las caravanas de oro y plata que iban en camino hacia Cajamarca. Al parecer, Rumiñahui pudo ocultar el rescate.
Tras la muerte de Atahualpa, Pizarro se dirigió hacia el Cuzco y Sebastián de Benalcázar y se encontró con una ciudad saqueada e incendiada. Después de ocuparla, siguió el rastro de Rumiñahui que, según cuentan las crónicas, se encontraba en las peñas de los altos de Píllaro, cerca de los Llanganati. Finalmente lo capturaron y lo quemaron en la plaza principal de Quito, pero no lograron conocer en dónde se encontraba escondido el tesoro. Hasta ahora no se sabe qué ocurrió con el tesoro de Rumiñahui, pese a las continuas expediciones que se han realizado. Pero. ¿qué tiene que ver todo esto con Cantuña?. Hay quien dice que su padre, Hualca, acompañó a Rumiñahui en las quemas de Quito y a esconder el tan codiciado cargamento.

PADRE ALMEIDA
Clérigo franciscano quiteño de finales del Siglo XVII, cuyo nombre completo fue Manuel de Almeida, quien de un novicio recatado se convirtió en un pícaro y divertido por la influencia de sus propios compañeros. El padre Almeida acostumbraba a salir por las noches con objeto de participar de las jaranas en la bohemia de ese tiempo en compañía de ciertas devotas. Cansadas las autoridades franciscanas de su escandaloso comportamiento, decidieron trasladarlo del Convento Grande a la Recolección de San Diego; sin embargo y a pesar que las escapadas eran más difíciles, el padre Almeida no logró enmendarse. Al parecer, éste utilizaba la imagen de un gran Cristo como escalera para subir hasta una alta ventana ubicada en el Coro de la Iglesia y de allí saltar a la calle. Tanto abusó de este recurso que cansada la imagen de Cristo, una noche le imploró: 'Hasta cuando padre Almeida', sin embargo las ganas de divertirse del clérigo impidió que se atemorice, por lo que lleno de cinismo y picardía contestó 'Hasta la vuelta señor' .

La mayoría de las versiones señalan que al regreso de la juerga, el padre Almeida tomó conciencia de lo vivido y recapacitó, pidiendo perdón a la Divinidad y corrigiéndose desde entonces. No obstante otras versiones indican que el padre Almeida solamente se arrepintió cuando, al amanecer de vuelta al convento, presencio sus propios funerales.
El padre Almeida encarna la picaresca colonial, y su brillante respuesta a la imagen del Cristo, expresa la necesidad de hacer prevalecer el ingenio sobre la resignación, el hedonismo sobre el ascetismo. De todas maneras, la leyenda fue utilizada como medio de intimidación y sanción moral a la conducta concupiscente de los religiosos de la época.